martes, 2 de abril de 2013

LOS HAMER

Los hamer viven en el sur de Etiopía, al este del río Omo, al sudoeste del Mago National Park cerca de la frotnera de Kenia.


Los jóvenes deben someterse a la ceremonía del Salto del Toro, rito de ingroso en la sociedad de los adultos. El acto es la oportunidad para una exhibición de belleza y elegancia. El atuendo femenino es espctacular: collares de metal, cuentas de vidrio coloreadas y bandoleras de conchas adornan sus cuerpos.


El pelo se unta de ocre y grasa animal y se emplasta para formar trenzas y rodetes.


Una visera de alumnio o kalé sobresale de la frente e hileras de brazaletes ponen de relieve la rendondez de los brazos. En cambio, el biñere, un cerco pesado de hierro que termina con una protuberancia fálica, sólo lo pueden portar las casadas.


Los hombres lucen tocados complicados adornados con plumas de avestruz;



además de emplearse como asiento, el inseparable apoyacabezas de madera sirve para que el peinado no se estropee durante las horas de reposo.


La exuberancia estética de los hamer se expresa en las danzas y las fiestas, que mitigan la dureza de la vida cotidiana. Los sones de la flauta y la lira acompañan a los cantos que narran las gestas héroicas y guerreras y bendicen los campos, los animales y la naturaleza, invocan la lluvia.


Los hamer son muy sensibles a la obligación de ayudar a los parientes y a las personas en dificultades, sobre todo en períodos de sequía. El benefactor adquiere fama y réspeto ante el pueblo, y sus méritos serán celebrados públicamente tras su muerte.
Los hamer crían sobre todo cabras; el rebaño, al contrario de la manada de ganado vacuno o de camellos, no requiere una gestión cooperativa. Las vacas son apreciadas, más que por su eficacia productiva por su valor intriseco y ritual.


El poder de los jefes y los notables es esencialmente ritual, sus acciones, como la de los funcionarios religiosos y civiles, están controladas por los donza, los hombres casados. Ellos son quienes ostentan la capacidad de evocar el baryo, es decir, la fortuna. El baryo se puede entender como una especie de principio vital, la condición primera de la existencia y la armonía de la creación. Sin baryo no podría crecer el sorgo, la lluvia dejaría de caer. El hombre puede activar este agente con cantos e invocaciones, que preceden a toda reunión. El baryo aumenta con la edad, proporcionando así a los ancianos un control sobre los jóvenes y las mujeres.


Las enfermedades más comunes suelen curarse recurriendo a hierbas, raíces y sustancias naturales. Si falla la medicina tradicional, se trata de una maldición. El culpable puede ser un paríente o un extraño, pero también el espíritu de un muerto, insatisfecho por el trato recibido. Para aplacar sus iras se requiere el sacrificio de un animal.
Las disposiciones de las aldeas, responde a las exigencias de una economía mixta basada en el pastoreo y agricultura. Los cultivos suelen situarse cerca de los pozos, al tiempo que los pastos no deben estar alejados de los poblados.


Según la tradición oral, fueron ellos quienes encendieron el primer fuego y dieron origen a los hamer. La luz que emanó de las llamas atrajo a gentes de todas partes: los konso, ari, tsamai, karo, male, bume. Todos juraron obediencia y respeto, y así fue como se convirtieron en hamer. Cuando alguien muere, se apaga su brasero, y el nuevo fuego se acompaña de complejas bendiciones.

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