En el libro de Kebre Neguest (Gloria de los reyes), que viene a ser para Etiopía lo que la Iliada es para Grecia o la Eneida para Roma, la epoya nacional. Nos narra la Historia de Salomón y la reina de Saba.
Cuando el rey Salomón decidió edificar el templo deJerusalén, hizo una llamada a todos los mercaderes del mundo para que le trajeran los materiales requeridos. Llamó de forma especial a Tamrim, mercader etíope, el cual llegó con los objetos más preciosos que pudo encontrar. Durante su estancia en Jerusalén, a Tamrin no le pasó inadvertida la sa´biduría del rey, su dulzura y modestía, no menos que el orden y la justicia que reinaba en su casa.
A su vuelta, hizo partícipe a su señora, la reina Azieb, de todo cuanto había visto. En el corazón de la reina nació de improviso un ardiente deseo de conocer personalmente a tan granr ey y así empezó a ordenar los negocios de su casa y a preparar los dones que debía presentar a Salomón. Seiscientos noventa y siete animales de carga formaban la caravana.
En Jerusalén, fue recibida por el rey con grandes honores y le fue ofrecida generosa hospitalidad. Permaneció en Israel siete meses, durante los cuales tuvo ocasión de platicar ampliamente con el rey, admirar su sabiduría. Fruto de esas conversaciones fue su conversión al judaismo.
- De aquí en adelante - prometió-, no adoraré más al sol, sino al creador de él, el Dios de Israel, las tablas de su ley reinaran sobre mí y mis vasallos.
Cuando, finalmente, expresó a Salomón el deseo de volver a su tierra, éste pensó en su corazón:
- ¿Quién sabe si de esta mujer tan hermosa, que vino de los extremos de la tierra, no me dará Dios descendencia?
El día anterior a la partida de Azieb, el rey preparó en su honor un gran banquete que se prolongó hasta bien entrada la noche. Los manjares habían sido intencionadamente condimentados con abundante sal y especias para provocar la sed. Visto que era ya tarde, Salomón invitó a la reina a pasar la noche en su palacio. Ella consintió, no sin antes, pedir al rey le jurara que no usaría violencia con ella. Él respondió a esto que gustoso juraría, si ella juraba, a su vez, que no tomaría por fuerza nada de su casa.
-¿Por qué habláis así?- dijo ella ofendida- ¿Acaso vine hasta vos para buscar vuestro oro y no vuestra sabiduría?
Ambos juraron, y entonces el rey mandó preparar un lecho no lejos del suyo, haciendo poner una jarra de agua junto a la cabecera. Después de un primer sueño, la reina se despertó con la garganta reseca por la sed. Salomón, fingiendo dormir, esperaba ansioso el momento. Ella, creyéndolo realmente dormido, se levantó muy queda y alargó su mano hacia la jarra.
- ¿Por qué quebrantas el juramento?- dijo de improviso el rey.
-¿Acaso beber agua es quebrantar el juramento?- contestó ella temblorosa.
- ciertamente sí. No hay bajo el sol nada más valioso que el agua.
Y atrayéndola hacia sí, cumplió en ella sus deseos.
Por la mañana, sacó el anillo de su dede y lo dio a la reina diciendo:
-Si Dios fuera complacido de darte algún fruto de mí y fuera varón, no dejes de mandarlo a mí; ésta será la señal de que es mi hijo.
De vuelta a Etiopía, la reina dio a luz un hijo varón a quien puso por nombre Menelik. Cuando hubo crecido y llegó a la edad de doce años, preguntaba insistentemente a su madre quién era su progenitor. Ella respondía siempre:
- La tierra es lejana y el camino trabajoso. No pienses en él.
Así pasaron los años. Cuando cumplió los veintidós, la madre accedió finalmente a sus deseos y, llamando al mercader Tamrim, le pidió que acompañara a su hijo a Jerusalén, no sin rogarle con lágrimas en los ojos que se lo devolviera sano y salvo. Luego, entregando a Menelik el anillo de Salomón, lo despidió.
Llegados a Gaza, en el confín del territorio de Israel, el pueblo entero se apresuró a tributarle honores, creyendo que se trataba de Salomón en persona, tanto era el parecido entre padre e hijo. Lo mismo sucedió en la ciudad de Jerusalén. Cuando llegó a la presencia del rey, éste se alzó de su trono y, abrazándolo, dijo:
- He aquí a mi padre David vuelto a su juventud. Dicen que te pareces a mí, pero es a mi padre a quien te pareces.
Menelik sacó el anillo y lo mostró a su padre. Pero éste replicó:
- ¿Para qué quiero otra señal si en tu rostro puedo leer la verdad de que eres mi hijo?
Se adelantó entonces Tamrin y le explicó el objeto de la visita: que ungiera a Menelik como rey de Etiopía y que le permitiera volver inmediatamente a su tierra; tal era el deseo de la reina madre.
- ¿Qué más poder tiene una madre sobre su hijo que el de parirlo con dolor y amamantarlo?- respondió Salomón.
La hija para su madre y el hijo para su padre. No lo mandaré a su tierra, sino que lo haré rey de Israel después de mí, puesto que es mi primogénito.
Pero Menelik, por más que su padre se lo suplicó, no quiso aceptar.
- Por muchos dones que me deis, nunca consentiré quedarme aquí, pues mi carne me empuja hacía el lugar donde nací y me crié. En cuanto a adorar el Arca de Dios de Israel, basta con que me deís un trozo de los vestidos que la cubren, para que los reverenciemos en nuestra tierra, pues ya mi reina y madre hace tiempo que destruyó todos los ídolos y nuestro pueblo adoro sólo a Dios de Sión.
Perdida la esperanza de convencerlo, Salomón llamó a los sacerdotes de Jerusalén y a los principales de su reina y les propuso que, así como él dejaba partir a su primogénito, también ellos debían ceder cada uno a su primogénito para que fueran a Etiopía como Menelik y desempeñaran junto a éste las funciones que sus padres desempeñaban en Israel.
- Como el rey ordena, así se hará. Consistieron ellos.
Menelik fue ungido rey y todos se prepararon para la marcha. Pero a Azarías, hijo del sumo sacerdote Sadoc, le era infinitamente más amargo separarse del Arca de Dios que de sus padres; preparó, pues, una estratagema a fin de llevarla consigo e hizo partícipes de ella a sus compañeros, que se comprometieron a guardar el más absoluto secreto.
Mandó preparar una arca de las mísmas dimensiones de la que en el templo contenía las tablas de la ley, y con el pretexto de ofrecer un sacrificio antes de ponerse en camino, entró en el templo y sustituyó la una por la otra. Envolviendo la verdadera en ricos vestidos, la puso en el carro y la caravana partió.
Caminaban a gran velocidad. carros y animales se deslizaban por el aíre a un codo de la tierra. Al final de la primera jornada estaban en Gaza viendo que habían hecho en un solo día el camino que ordinariamente requeria tres, entendieron que todo ello era obra de Dios. Dijo entonces Azarías a Menelik:
- He aquí el Arca de Dios. Si cumplís los mandamientos de Este, ella estará siempre con vosotros y no os dejará.
Menelik se postró delante del Arca e hizo la siguiente oración:
-Señor, Dios de Israel, a Vos sea la gloria, porque Vos haceis vuestra voluntaf y no lo de los hombres.
Entretanto, el sumo sacerdote había entrado en el templo y descubierto el fraude. El rey salió precipitadamente en busca de los fugitivos con el propósito de traerlos a Jerusalén y pasarlos al filo de la espada. Llegados a Gaza desistieron pues habían pasado hacía 13 días. Salomón gritó y lloró. Sus grandes lo consolaban diciendo que el Arca de Dios estaría donde Él quisiera; que ni él ni su hijo iban a forzar a Dios. Si Él quería estar en Jerusalén, ya volvería, y sí quería estar en Etiopía; nadie se lo podría impedir.
Llegados a Etiopía, los fugitivos fueron recibidos con idecibles muestras de alegría. El Arca fue colocada en el nuevo templo y la reina abdicó en favor de su hijo, el cual fue nuevamente ungido por Azarías, tomando el nombre de David II. Éste, a continuación, hizo jurar a todos los nobles que, en adelante, ninguna mujer sería proclamada reina; sólo los varones descendientes del rey en línea directa podrían ser pretendientes al trono.
Llegados a Gaza, en el confín del territorio de Israel, el pueblo entero se apresuró a tributarle honores, creyendo que se trataba de Salomón en persona, tanto era el parecido entre padre e hijo. Lo mismo sucedió en la ciudad de Jerusalén. Cuando llegó a la presencia del rey, éste se alzó de su trono y, abrazándolo, dijo:
- He aquí a mi padre David vuelto a su juventud. Dicen que te pareces a mí, pero es a mi padre a quien te pareces.
Menelik sacó el anillo y lo mostró a su padre. Pero éste replicó:
- ¿Para qué quiero otra señal si en tu rostro puedo leer la verdad de que eres mi hijo?
Se adelantó entonces Tamrin y le explicó el objeto de la visita: que ungiera a Menelik como rey de Etiopía y que le permitiera volver inmediatamente a su tierra; tal era el deseo de la reina madre.
- ¿Qué más poder tiene una madre sobre su hijo que el de parirlo con dolor y amamantarlo?- respondió Salomón.
La hija para su madre y el hijo para su padre. No lo mandaré a su tierra, sino que lo haré rey de Israel después de mí, puesto que es mi primogénito.
Pero Menelik, por más que su padre se lo suplicó, no quiso aceptar.
- Por muchos dones que me deis, nunca consentiré quedarme aquí, pues mi carne me empuja hacía el lugar donde nací y me crié. En cuanto a adorar el Arca de Dios de Israel, basta con que me deís un trozo de los vestidos que la cubren, para que los reverenciemos en nuestra tierra, pues ya mi reina y madre hace tiempo que destruyó todos los ídolos y nuestro pueblo adoro sólo a Dios de Sión.
Perdida la esperanza de convencerlo, Salomón llamó a los sacerdotes de Jerusalén y a los principales de su reina y les propuso que, así como él dejaba partir a su primogénito, también ellos debían ceder cada uno a su primogénito para que fueran a Etiopía como Menelik y desempeñaran junto a éste las funciones que sus padres desempeñaban en Israel.
- Como el rey ordena, así se hará. Consistieron ellos.
Menelik fue ungido rey y todos se prepararon para la marcha. Pero a Azarías, hijo del sumo sacerdote Sadoc, le era infinitamente más amargo separarse del Arca de Dios que de sus padres; preparó, pues, una estratagema a fin de llevarla consigo e hizo partícipes de ella a sus compañeros, que se comprometieron a guardar el más absoluto secreto.
Mandó preparar una arca de las mísmas dimensiones de la que en el templo contenía las tablas de la ley, y con el pretexto de ofrecer un sacrificio antes de ponerse en camino, entró en el templo y sustituyó la una por la otra. Envolviendo la verdadera en ricos vestidos, la puso en el carro y la caravana partió.
Caminaban a gran velocidad. carros y animales se deslizaban por el aíre a un codo de la tierra. Al final de la primera jornada estaban en Gaza viendo que habían hecho en un solo día el camino que ordinariamente requeria tres, entendieron que todo ello era obra de Dios. Dijo entonces Azarías a Menelik:
- He aquí el Arca de Dios. Si cumplís los mandamientos de Este, ella estará siempre con vosotros y no os dejará.
Menelik se postró delante del Arca e hizo la siguiente oración:
-Señor, Dios de Israel, a Vos sea la gloria, porque Vos haceis vuestra voluntaf y no lo de los hombres.
Entretanto, el sumo sacerdote había entrado en el templo y descubierto el fraude. El rey salió precipitadamente en busca de los fugitivos con el propósito de traerlos a Jerusalén y pasarlos al filo de la espada. Llegados a Gaza desistieron pues habían pasado hacía 13 días. Salomón gritó y lloró. Sus grandes lo consolaban diciendo que el Arca de Dios estaría donde Él quisiera; que ni él ni su hijo iban a forzar a Dios. Si Él quería estar en Jerusalén, ya volvería, y sí quería estar en Etiopía; nadie se lo podría impedir.
Llegados a Etiopía, los fugitivos fueron recibidos con idecibles muestras de alegría. El Arca fue colocada en el nuevo templo y la reina abdicó en favor de su hijo, el cual fue nuevamente ungido por Azarías, tomando el nombre de David II. Éste, a continuación, hizo jurar a todos los nobles que, en adelante, ninguna mujer sería proclamada reina; sólo los varones descendientes del rey en línea directa podrían ser pretendientes al trono.
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