Viven en Kaokoland, una de las escasas culturas que han sobrevivido a la colonización y que todavía conservan sus tradiciones y su modo de vida. Aunque se desconoce cuándo se establecieron en esta tierra pedregosa y árida, se sabe que sus antepasados fueron pastores nómadas de habla herero, procedentes de la región de los Grandes Lagos, que llegaron al norte de Namibia, mucho antes que los primeros portugueses explorasen el sur de Angola a finales del siglo XVI.
Se cree que estos pastores herero se vieron obligados a desplazarse al interior del Kaokoland por la resistencia de otro pueblo de origen bantú, los ovanbo, que se había establecido en las llanuras del norte de Namibia poco antes.
Las condiciones del entorno eran extremadamente duras, y la mayoría de los herero decidieron emigrar hacia el sureste de Namibia en busca de unas tierras más hospitalarias donde asentarse. Allí se vieron expuestos a la influencia europea, cuya prueba más evidente son los vistosos vestidos y los sombreros de las mujeres herero, que se inspiran en la indumentaria de las colonas alemanas de fines del siglo XX.
Los pastores de habla herero que permanecieron en Kaokoland, se convertirían en los actuales himba. Además de la lengua y de algunas costumbres, herero e himba comparten su pertenencia a clanes relacionados, además de su veneración por el ganado. Hoy unos 7.000 himba viven en Kaokoland.
Los himba se caracterizan por su original estética, con peinados elaborados y llamativos. Sus collares de cuentas, cinturones y brazaletes están hechos de metales y alambres laboriosamente engarzados y cosidos sobre retazos de pieles. Además de ensalzar sus cuerpos altos y robustos, cada detalle del atuendo revela algo de la condición social de su portador.
Hasta que se casan, los varones lucen la cabeza rapada y una única trenza que nace en la parte alta de la cabeza y se desliza hacia atrás. Las niñas, en cambio se peinan con dos trenzas gruesas que caen sobre su rostro. Luego, transformarán su peinado al alcanzar la pubertad. Los nuevos adornos metálicos que adoptan son más pesados e incómodos, y restan agilidad a sus cuerpos. En pocos meses, dejan de corretear y trepar a los árboles con sus hermanos, y asumen las nuevas responsabilidades de mujer; ceden a los varones el pastoreo y el mundo "exterior" que exploraron durante su infancia. Cuando llega la primera menstruación, la adolescente está preparada para adoptar la estética de la mujer adulta, con el pelo largo hasta los hombros y tejido con múltiples trenzas.
Todos los días empiezan con el mismo ritual: las mujeres se atavían con sus collares, brazaletes y cinturones, y se untan la piel con una capa de polvo de ocre rojo, mezclado con hierbas aromáticas y manteca de leche de vaca. Para los himba, el brillo rojizo de la piel simboliza el vínculo con el ganado, uno de los pilares sagrados de sus creencias.
El ocre que cubre su cuerpo retendrá la humedad, permitiéndoles soportar el clima del desierto y temperaturas de hasta 40º.
La primera labor de la jornada es ordeñar los animales. Después, tendrán que recoger leña, buscar agua o recolectar frutos silvestres y raíces. Los más pequeños ayudan en lo que pueden, mientras que los hombres se reservan para la cría de los animales. Son pastores hábiles, la clave de su supervivencia es desplazarse con los rebaños siguiendo las lluvias, aprovechando las charcas superficiales y los pastos que crecen tras las precipitaciones.
La escasez de agua y pastos obliga a los himba a mantener una vida seminómada.
La sociedad himba carece de jerarquías y autoridades; se vinculan entre sí por un sistema de clanes. Cada persona pertenece a dos clanes: el eanda, que se hereda a través de la madre y determina el hogar y una autoridad religiosa que se transmiten de padre a hijo.
El centro de la vida himba lo ocupa el fuego sagrado ;Okuruwo, cuya llama se mantiene viva noche y día, y se traslada de poblado en poblado cuando los himba migran. Cualquier evento importante debe precederse de un ritual alrededor del fuego sagrado.
El okuruwo también determina la organización de los poblados, en cuyo centro se ubica el corral para los terneros, y a su alrededor unas viviendas hechas con ramas entrelazadas y recubiertas con estiércol y arena. La mujer es la encargada de levantar y rehacer estas casas. Con los años, será incapaz de recordar cuántas ha construido, ya que una familia himba habita en centenares de ozondjuwo a lo largo de su vida.
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